El crecimiento exponencial de la cantidad de usuarios de las redes sociales, como el caso de Facebook y Twitter, parecen señalar un camino inexorable. En noviembre de 2011, Facebook contaba con 800 millones de usuarios en el mundo[1], mientras que Twitter, según datos oficiales publicados en julio de 2011, superaba los 200 millones[2]. Los acontecimientos en Irán en 2009 y el mundo árabe en 2010 y 2011 y luego el movimiento de los “Indignados” en España el año pasado, marcaron el desembarco de las redes sociales como catalizadores de los movimientos sociales revolucionarios que utilizaron las redes para organizarse. Estos movimientos, conceptualizados por Pierre Lèvy como “inteligencia colectiva” (Lèvy, 1998) tienen como característica peculiar su espontaneidad y velocidad para organizarse, aunque su continuidad en el tiempo es difícil de predecir (Jenkins, 2008). Sin embargo, estos datos poco dicen sobre la naturaleza de las relaciones que se establecen a través de esas redes sociales y la calidad de estos vínculos. Si tomamos en cuenta la “propuesta de interacción” (Scolari, 2004) de estas redes sociales, podemos decir que lo que prevalece es la “función fáctica del lenguaje” (Jakobson, 1975), es decir, la necesidad de decirle a otro que “estoy acá”, el hacer contacto, cuestión que tiende a acentuarse conforme el crecimiento de los dispositivos móviles y la creciente ubicuidad en el acceso a la red. De hecho, las invitaciones para publicar en Facebook son “Qué estás pensando”, y “Me gusta” para comentar la publicación de otra persona. Asimismo, Twitter invita a escribir “Qué está pasando” en no más de 140 caracteres. Este tipo de comunicación de “contacto” fue inaugurado muchos años atrás por el chat, ya sea en salas abiertas como en programas de mensajería, y si analizamos el origen de Facebook y Twitter nos encontramos con que el objetivo inicial de los “geeks” que crearon estas redes, era establecer comunicaciones superficiales para calificar a las mejores chicas de la universidad o bien para informar a los seguidores qué se estaba haciendo en cada momento. En todos estos casos, hay un “efecto red” que está presente en cada posteo o tweet: se escribe para ser leído por otro, y cuanto más breve, mejor. Ahora, si nos ponemos en el lugar de analistas, y leemos de corrido las publicaciones de nuestros contactos en Facebook y Twitter, nos encontramos con una heterogeneidad abrumadora de temas, géneros y cuestiones, una especie de torre de babel donde cada uno habla de lo que necesita hablar, siguiendo un impulso natural de expresar algo, ya sea de su vida privada y cotidiana, o bien en relación con su trabajo, sus intereses o sus relaciones sociales.
Pero para intentar comprender con mayor profundidad la influencia de las redes sociales en nuestros modos de socialización, y más específicamente en los modos de socialización de los jóvenes como sujetos de la educación, se hace necesario dar un paso atrás y reflexionar sobre la relación entre el hombre y la tecnología. Es común escuchar hablar, o leer sobre el ”impacto” de la tecnología sobre la sociedad, como si los adelantos tecnológicos fueran algo externo a la realidad humana, algo que invade nuestras sociedades en forma unilateral, y frente a lo cual no podemos hacer nada: o bien nos oponemos apocalípticamente o las aceptamos acríticamente. La visión “postecnocrática” de la tecnología (Burbules y Callister, 2001) propone asumir el cambio tecnológico en sus aspectos positivos y negativos, teniendo en cuenta que generan efectos contradictorios que no podemos controlar del todo, ni podemos prever exactamente lo que sucederá en el futuro con la adopción de las tecnologías. Este enfoque es muy acertado para pensar en cómo adoptar las redes sociales en el ámbito educativo: asumir los riesgos que significan y dimensionar las posibilidades que tienen para mejorar el proceso de enseñanza y aprendizaje. Parte de asumir estas nuevas formas de socialización es reconocer que nuestros chicos ya están en las redes sociales. Negar su presencia en las escuelas sería contradictorio si queremos enseñar a ser ciudadanos del siglo XXI. Entonces, la educación para el ejercicio de la ciudadanía debe incluir el uso de las redes sociales. Siguiendo a Burbules y Callister, la tecnología no está fuera de nosotros, sino que nosotros somos tecnología, en la medida en que la usamos, ellas nos cambian y nosotros las cambiamos a ellas, en una dinámica relacional. Esto mismo lo decía McLuhan cuando afirmaba que los medios son extensiones de las capacidades humanas (McLuhan, 1964). Desde esta perspectiva, las redes sociales son una extensión de los modos de socialización, en este caso, mediadas por la tecnología digital. Pero al ser utilizadas como una extensión humana, producen cambios sobre nuestro modo de socialización, cambios que se vuelven imperceptibles. Al respecto Sherry Turkle afirma con preocupación que “la tecnología se propone a ella misma como la arquitecta de nuestras intimidades”, y que “es seductora cuando aquello que ofrece se encuentra con nuestra vulnerabilidades”. Desde esta perspectiva, Turkle sostiene que “las conexiones digitales podrían ofrecer la ilusión de compañía sin las demandas de la amistad” (Turkle, 2011).
En suma, no debemos atacar las redes sociales o pensar en los efectos negativos de ellas en la escuela, sino ir al corazón de la cuestión y formar a nuestros jóvenes en el buen uso de ellas. Por ejemplo, establecer diferencias entre los “amigos” y los “contactos”, dar cuenta de la superficialidad inmanente de las comunicaciones que se establecen y proponer instancias de comunicación que subviertan estas formas, creando temas de debate, páginas públicas para proponer tareas o publicar información de las asignaturas, crear grupos para hacer un seguimiento de los trabajos en red, etc. En síntesis, el desafío de educar en el uso de las redes sociales es proponer actividades educativas que busquen aprovechar sus bondades para enseñar, además de alertar sobre los malos usos o las medidas de seguridad o prevención para proteger los datos personales y otras informaciones sensibles en la red.
Bibliografía
Burbules, Nicholas. Callister, Thomas, Educación: riesgos y promesas de las
nuevas tecnologías de la información, (Barcelona), Granica, 2001. 2000.
Jakobson, Roman, Ensayos de lingüística general (Barcelona), Seix Barral, 1975.
Jenkins, Henry, Convergence Culture. La cultura de la convergencia de los
medios de comunicación, (Barcelona), Paidós, 2008. 2006.
Lévy, Pierre, Sobre la cibercultura, Revista de Occidente Nº 206, (Madrid),
Fundación Ortega y Gasset, pp. 13-31, Junio de 1998.
McLuhan, Marshall, Comprender los medios de comunicación. Las extensiones
del ser humano, (Barcelona), Paidós, 1994. 1964.
Scolari, Carlos, Hacer clic. Hacia una sociosemiótica de las interacciones
digitales, (Barcelona), Gedisa, 2004.
Turkle, Sherry, Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other, (New York), Basic Books, 2011.
[1] “Contenido violento y pornográfico asalta Facebook”, en 94.3 Reloj, 15 de noviembre de 2011, URL: http://www.radioreloj.co.cr/noticia/contenido-violento-y-pornografico-asalta-facebook
(consultado el 6 de enero de 2012)
[2] Roxana Miguel: “Twitter: ¿Cuál es la verdadera cantidad de usuarios?”, en diario La Capital de Rosario, 12 de julio de 2011, URL: http://www.lacapital.com.ar/canales/tecno/contenidos/2011/07/12/Noticia_0002.html (consultado el 6 de enero de 2012)
Muy buen trabajo, Francisco, felicitaciones.
ResponderEliminarGracias Patricia!
ResponderEliminarSaludos