En los próximos
párrafos intentaré fundamentar por qué no estoy de acuerdo con estos autores.
Durante varios años he realizado una minuciosa investigación, que incluyó
entrevistas en profundidad y encuestas a jóvenes y adultos sobre su modo de
lectura en la pantalla de la computadora y que se complementó con el análisis
de las sesiones de Internet que ellos realizaron. La conclusión principal es
que Internet efectivamente propone un tipo de lectura superficial y fragmentada,
que tiene un antecedente histórico importante en la lectura extensiva, en un período particular de la Edad Media que
fue la Escolástica. En aquél entonces –como dice Roger Chartier- apareció un
artilugio muy singular: la rueda de libros, de la cual en la actualizad se conservan
ejemplos en algunos museos. Esta rueda de libros permitía leer varios libros a
la vez, los cuales estaban abiertos en determinadas páginas, y mediante la
acción de una manivela el lector podía optar por leer uno u otro en el orden
que deseara. De aquella época también provienen el cuaderno de notas o de lugares comunes, los
florilegios y otros dispositivos que permitían acceder rápidamente a los textos
–por ejemplo, los libros de los Padres de la Iglesia- y componer sencillamente
un ensayo sin necesidad de recurrir a las fuentes originales. Esta lectura extensiva
le sucedió a la lectura intensiva, en la que se leían pocos libros en
forma repetida, hasta el punto de memorizarlos, y que suponían una relación de veneración
hacia el texto, al punto que la lectura era considerada como una especie de
oración, que se realizaba principalmente mascullada, en voz baja, como la ruminatio
del monje. La mirada apocalíptica propia del enfoque de Vargas Llosa y Carr
pareciera guardar resabios de esta lectura intensiva, que se daba en un
contexto donde los libros escaseaban, como así también los lectores
alfabetizados. Este enfoque supone que la lectura de un libro completo es mejor
o superior que la lectura de muchos textos en modo superficial, textos menores
o secundarios. El error de este planteo está en oponer los dos tipos de lectura,
como si uno fuera a reemplazar al otro. Y esto nos lleva a dos reflexiones. En
primer lugar, que la idea de sustitución de un medio por otro –“el libro matará
a la catedral” como dice Frollo, en El Jorobado de Notre Dame cuando
señala la naciente imprenta de Gutenberg- siempre aparece cuando surge un nuevo
medio. El fantasma del reemplazo es propio de una mirada restringida que iguala
dos medios que tienen importantes diferencias que no hay que soslayar. Y aquí
entramos en la segunda cuestión: la pantalla y el libro ofrecen distintas
experiencias de lectura, que no se oponen sino que se complementan. Justamente
una de las conclusiones de mi investigación al respecto es que mientras que la
pantalla ofrece –como decíamos antes- un tipo de lectura fragmentado,
superficial, entrecortado; el libro propone
un tipo de lectura concentrado y profundo. Pero estos modos de lectura no se
oponen, sino que se complementan. Otra vez la historia de la lectura nos da una
lección: como señala Chartier, cuando surge la lectura silenciosa no se opone a
la lectura en voz alta, sino que ambas se daban en distintos contextos –y se
siguen dando- haciendo uso de su especificidad. La lectura en voz alta era una
lectura social, heredera de la oralidad, que demandaba cierta performance de
parte del lector/orador; mientras que la lectura silenciosa supuso el repliegue
en el mundo individual del lector, de ahí el surgimiento de géneros literarios como
el erótico. La especificidad del libro –en tanto interfaz especializada-
es la lectura concentrada, porque el libro no ofrece otro tipo de estímulo más
que el de la lectura. En tanto, la especificidad de la pantalla es la lectura
dispersa, porque la propia interfaz de la computadora (el teclado, la pantalla,
el mouse) ofrece multiplicidad de estímulos, y su lector/usuario imaginado es un lector multitarea que puede realizar
varias cosas a la vez en el mismo dispositivo, donde la lectura representa sólo
una de las posibilidades. Justamente esta posibilidad multitarea de la pantalla
es el principal factor por el cual los jóvenes deciden leer en pantalla, a la
vez que es la principal razón por la que se pierden o desorientan al hacerlo.
Esto, que a primera vista puede parecer simplemente contradictorio, es complejamente
complementario: el rasgo inmanente de la lectura en la pantalla es la
distracción, y aquí coincido absolutamente con
Carr –quien lo fundamenta a
través de numerosos estudios científicos- cuando afirma que la lectura en este
dispositivo produce una sobrecarga cognitiva al tener que hacer clic todo el
tiempo. Esta demanda excesiva depositada en la manipulación del dispositivo de
lectura mantiene explícitas las condiciones de lectura y hace que todo el
tiempo tengamos la sensación de estar apurados cuando leemos en la pantalla, lo
cual nos lleva a concluir la lectura lo antes posible para hacer otra cosa. La lectura de la pantalla, podemos decir,
implica un regreso a la “ruidosa” lectura en voz alta, porque los jóvenes –y
los no tanto- leen en pantalla principalmente para interactuar con otros en las
redes sociales, en el chat, o consultan su correo electrónico, las
actualizaciones de su sindicador de noticias o hablan con otros a través de
Skype. Entonces, cuál es la conclusión:
que el lector debe elegir en qué dispositivo leer el tipo de texto que quiera
leer. Si quiere leer las últimas noticias, los posteos de un blog, las actualizaciones del Facebook o el Twitter,
no hay nada mejor que la pantalla de la computadora. Ahora, si lo que quiere es
leer una novela, un ensayo o un texto literario, no hay nada mejor que un
libro.
Nuevamente la historia de la lectura –lo que por otro lado nos enseña
que “no hay nada nuevo bajo el sol”- nos puede dar una pista, dado que de los
últimos siglos del libro copiado a mano data la clasificación de los libros
según sus formatos: el gran folio, el libro de banco –que tenía
que ser apoyado para ser leído y que generalmente era el libro de estudio
universitario-, el libro humanista, más manejable y el libellus o
libro portátil. El género estaba asociado al tipo de formato, es por eso que el
lector accedía al libro conociendo a qué género pertenecía el mismo. Entonces,
cuando accedemos a un texto en Internet, y teniendo en cuenta a los rasgos que
mencionamos antes, sabemos que vamos a hacer un tipo de lectura superficial en
virtud del dispositivo que elegimos para leer, y más teniendo en cuenta que
Internet es escenario de una hibridación, yuxtaposición y entrecruzamiento de
diversidad de géneros. Cuando elegimos el formato impreso, que a su vez aparece
identificado en su género (novela, ensayo, etc.) sabemos que la propuesta de
lectura es concentrada y profunda. En ese sentido, los adultos entrevistados en
mi investigación eligen usar Google u otro buscador para buscar información
sobre textos que luego leerán en forma profunda en formato impreso. Entonces,
lejos de ser el demonio que termina con la buena lectura, Internet promueve de
un modo inusitado la lectura de textos a los que probablemente de otro modo no
se tendría acceso. Asimismo, los jóvenes
confiesan que para “leer bien”, deben leer en el impreso, porque en la
pantalla se “tientan” con las ofertas de interacción. Esto tiene que ver con
que la elección de uno u otro dispositivo de lectura obedece a las metas y estrategias de lectura. En otras
palabras: la culpa no es de Internet sino del uso que se hace de Internet, o
como reza el refrán popular: “la culpa no es del chacho sino del que le da de
comer”.
Para terminar, una
última digresión sobre algo que Carr menciona al pasar en su libro y que Vargas
Llosa omite en su columna: ¿qué sucede con los nuevos dispositivos de lectura
como los libros electrónicos que buscan
emular a la interfaz especializada del libro impreso con todas las ventajas de las
pantallas digitales? Me refiero a
dispositivos como el Kindle, que llamativamente es el producto más vendido de
Amazon, la tienda virtual que en las últimas semanas ha avanzado sobre el
mercado editorial de habla hispana. Equipado con tecnología de tinta digital,
el Kindle ofrece la experiencia de lectura del impreso con la posibilidad de
acceder a los textos directamente desde Internet. Es decir, el libro pervive en
un nuevo soporte, potenciado con la posibilidad de las redes, lo que permite,
por ejemplo, sin dilaciones, acceder s los libros citados por el autor del
libro que se está leyendo o a otros libros del mismo autor, compartir a través
de Twitter comentarios o marcaciones del texto que se está leyendo, esto sin
mencionar el ahorro de papel y sus consecuencias ecológicas sobre el planeta.
Paradojalmente, Superficiales. ¿Qué
está haciendo Internet con nuestras mentes?
fue el primer libro que leí en Kindle, en forma completa y concentrada,
tal como aquellos libros en papel que pueblan mi biblioteca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario